Aquel portalito de Belén
«Tardose poco en aderezar la casa, porque no había dinero, aunque quisieran hacer mucho. Acabado, el padre fray Antonio renunció su priorazgo, con harta voluntad, y prometió la primera regla; que, aunque le decían lo probase primero, no quiso. Íbase a su casita con el mayor contento del mundo. Ya fray Juan estaba allá.
Dicho me ha el padre fray Antonio que, cuando llegó a vista del lugarcillo, le dio un gozo interior muy grande, y le pareció que había ya acabado con el mundo en dejarlo todo y meterse en aquella soledad; adonde al uno y al otro no se les hizo la casa mala, sino que les parecía estaban en grandes deleites.
¡Oh, válgame Dios, qué poco hacen estos edificios y regalos exteriores para lo interior! […]
Primero o segundo domingo de adviento de este año de 1568 (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa en aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor» (F 14, 2-6).
Frailes para comenzar
«Estando aquí yo, todavía tenía cuidado de los monasterios de los frailes. Y como no tenía ninguno, como he dicho, no sabía qué hacer. Y así me determiné muy en secreto a tratarlo con el prior de allí para ver qué me aconsejaba, y así lo hice. Él se alegró mucho cuando lo supo y me prometió que sería el primero. Yo lo tuve por cosa de burla y así se lo dije; porque, aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo de su celda, que era letrado, para principio semejante no me pareció sería, ni tendría espíritu, ni llevaría adelante el rigor que era menester, por ser delicado y no mostrado a ello. Él me aseguraba mucho y certificó que había muchos días que el Señor le llamaba para vida más estrecha, y así tenía ya determinado de irse a los cartujos, y le tenían ya dicho le recibirían. Con todo esto, no estaba muy satisfecha, aunque me alegraba de oírle, y roguele que nos detuviésemos algún tiempo y él se ejercitase en las cosas que había de prometer. Y así se hizo; que se pasó un año, y en este le sucedieron tantos trabajos y persecuciones de muchos testimonios, que parece el Señor le quería probar. Y él lo llevaba todo tan bien y se iba aprovechando tanto, que yo alababa a nuestro Señor y me parecía le iba Su Majestad disponiendo para esto.
Poco después, acertó a venir allí un padre de poca edad, que estaba estudiando en Salamanca, y él fue, con otro por compañero, el cual me dijo grandes cosas de la vida que este padre hacía. Llámase fray Juan de la Cruz. Yo alabé a nuestro Señor, y hablándole, contentome mucho, y supe de él cómo se quería también ir a los cartujos. Yo le dije lo que pretendía y le rogué mucho esperase hasta que el Señor nos diese monasterio, y el gran bien que sería, si había de mejorarse, ser en su misma orden, y cuánto más serviría al Señor. Él me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho. Cuando yo vi ya que tenía dos frailes para comenzar, pareciome estaba hecho el negocio, aunque todavía no estaba tan satisfecha del prior, y así aguardaba algún tiempo, y también por tener adonde comenzar» (F 3, 16-17).
Gracias a fray Antonio de Jesús, a fray Juan de la Cruz y a un tercer hermano, fray José de Cristo, se inicia la Descalcez masculina.